Conclusión. Damos aquí fin a la tarea que nos impusimos al planear estas notas con el deseo de fomentar el amor a lo nuestro. Ojalá que a quien las lea, le muevan a venerar nuestras viejas casas y también, ¿por qué no? que nos animen a construir nuevos caseríos, pues también ellos poseen su encanto, como podrá atestiguarlo cualquiera que haya tenido la dicha de seguir de cerca el nacimiento de uno de éstos. ¡Qué de cavilaciones le preceden! Su emplazamiento, la disposición y capacidad de sus diversos locales, su financiamiento, el nombre con que será designado...
El joven jefe del futuro hogar escucha con atención y recoge la opinión de su padre y de su esposa, tiene bien presentes las normas aconsejadas por el experto anciano de Etxezarreta, también se ha enterado de las novedades introducidas en el establo por su primo el de Etxeberri, medita después y forma su propia opinión y así, sin temor a tener que arrepentirse, toma su decisión que es ya inquebrantable.
Poco a poco entre voces de mando y canciones (pues el vasco tiene en su repertorio canciones para cada trabajo que realiza) surge del suelo la nueva casa. Todos los futuros moradores de ella tomaron parte activa en su erección. Puesto el tejado, no faltará un ramo de laurel en lo más alto del mismo para celebrar tan fausta etapa. Hasta que un buen día, día inolvidable, en la casa terminada, la familia toda, se reúne alrededor de la mesa que el patrón bendice, al mismo tiempo que por la chimenea el humo que contempló en la cocina tan preciosa escena, sube gozoso a lo lato.
La casa ya tiene vida. Otro caserío más entre los campos del País Vasco. Y luego, año tras año, como algo vivo que es, e irá transformando según varíen las circunstancias de sus ocupantes: un día seran nuevas habitaciones, pues la familia va en aumento, otro día se hará llegar hasta la casa la cañería de agua potable o la luz eléctrica, se ampliará el establo...
La casa vasca vive y crece; Dios quiera que se multiplique y que nunca muera.
Santiago de Chile, 15-junio-1945.