Emplazamiento. Nada más acertado que su emplazamiento, generalmente en la ladera de alguna colina, allí donde las aguas de la lluvia no pueden detenerse, orientada en forma que su fachada principal, a la que se asoma la vida del caserío, mire hacia el sudeste o sea de espaldas al vendaval (figura 7).
Distribución. Su perímetro forma un rectángulo, no tiene patio interior (figura 14). En planta baja se halla el portalón ó zaguán, especialmente en los caseríos ubicados en zonas de clima suave. Es uno de los elementos más útiles y a la vez más decorativos del caserío vasco. Los portalones más antiguos se hallan bajo un dintel de roble, y la fachada que se alza sobre ellos, bien a plomo con el dintel o bien avanzando en forma de voladizo, suele ser de entramado de madera con rellenos de ladrillo, con objeto de no cargar en exceso el dintel (figura 4). Pero ya en el siglo XVIII los portalones se hacen con arco de piedr ay las fachadas que se alzan sobre ellos, de mampostería (figura 22). Este portalón tan hospitlaraio, que proporciona al caserío su carácter acogedor, se utiliza para realizar en él diversas faenas que a la intemperie serían imposibles.
Después del portalón se halla la cocina (aunque en ciertas regiones ésta se halla en el piso alto) que suele ser de llar bajo y ancha campana; es el corazón de la casa, es la pieza de estar preferida por la familia, en ella se atiende al sustento del cuerpo, se hacen determinadas labores de invierno, en ella, entre oraciones y bellas canciones, se mece la cuna del pequeñuelo; al calor de la lumbre se forja el alma de los jóvenes, con palabras que por venir directamente de sus mayores, tienen para ellos toda la fuerza y categoría de infalibles.
Los primitivos caseríos, y aun muchos del siglo XVIII, no tenían chimenea para la cocina y el humo que salía finalmente por sus grietas y entre las tejas, se esparcía por la casa, lo cual parece que contribuía a la buena conservación de paredes y maderas.
Junto a la cocina se halla el establo y con frecuencia ambos comunicados entre sí, de modo que los animales, hallándose frente al pesebre, asoman sus nobles cabezas en la cocina a través de portillos abiertos en el muro. Esta disposición al parecer antihigiénica, tiene su explicación; el labrador vasco tiene en gran estima a sus vacas y bueyes, a los que cuida con verdadero cariño y con objeto de atenderlos mejor, los aloja junto a la cocina, desde la cual puede vigilarlos constantemente. A tal punto llega el cariño que siente por sus animales, que en algunas comarcas del País Vasco, en la Nochebuena, víspera de Navidad, mientras la familia del caserío celebra tan hogareña fiesta con cánticos y sustanciosa cena, es costumbre hacer partícipes de la alegría general a los animales del establo, regalándolos con una comida extraordinaria. Quizás pueda verse en esto alguna reminiscencia de la tradición que al representar el portal de Belén, muestra en el fondo del mismo al buey y al asno formando parte de la sublime escena.
Si el caserío se halla lejos del poblado, cuenta con su propio horno para cocer pan o borona. Si aquél está emplazado en clima suave, el horno puede estar aislado de la casa, pero en las zonas frías o cuando la cocina está en el piso alto, aunque se coloque el horno al exterior estará adosado a la casa, en forma que la boca se abra hacia el interio de la cocina.
En planta baja se halla también el local para guardar los aperos, el lagar para fabricar la sidra y el txakolí. Y adjunto al edificio principal, tejavanas para carretas, para depositar el pienso, etc.
En el piso alto se hallan las habitaciones o dormitorios; su suelo entarimado con anchas y desiguales tablas de castaño, paredes encaladas, las ventanas pequeñas, el cielo hecho con bovedillas de ladrillo y yeso entre vigas de roble.
También en este piso se halla la sala de respeto, con alcobas para alojamiento de forasteros, los muros lucen oleografías de asuntos religiosos, fotografías de familiares ausentes, bien en las Américas o bien en misiones lejanas. Esta sala se abre hacia un balcón que ocupa la parte central de la fachada. El hermoso balcón corrido a todo lo largo de ella (figuras 21-24), tan lógico en las zonas apacibles, no tiene objeto allí donde el frío se deja sentir con intensidad la mayor parte del año, lo que obliga a achicar las ventanas y el balcón está de más.
En este mismo piso alto puede haber un parte, generalmente sobre el establo, destinada a almacén de forraje, la que tiene un acceso directo desde el exterior por medio de una rampa o pendiente natural del terreno, por donde suben al desván los carros cargados de hierba. El espacio que queda directamente bajo la cubierta, se destina a almacén de cosechas, pues se halla bien ventilado y lejos de toda humedad.
Por lo general las cubiertas o techos son de formas sencillas, dos planos inclinados, cuya intersección o sea el caballete, es normal a la fachada principal. Cuando el establo se halla adosado a un costado de la casa, uno de los faldones de ésta se prolonga con la misma inclinación hasta cubrir el establo, ello da lugar a una desigual longitud de los dos planos de cubierta, lo cual muchas veces constituye una nota característica y de agradable efecto estético (figuras 2-12-28). La inclinación de los faldones varía según el clima, pues como es de suponer, donde nieva mucho, la pendiente es más pronunciada. El alero, por lo común, es ancho, se proyecta muy por fuera de la fachada a la que protege; sin embargo, allí donde los fuertes vientos reinantes pudieran levantar el tejado, el alero se retrae a la línea de la fachada azotada, dejando en las demás y en especial la que mira al S. E. El más amplio vuelo.